jueves, 17 de septiembre de 2009

José Antonio GURPEGUI
DOSSIER IRAK -
Al presentar su nuevo libro, la escritora Susan Sontag recuerda las atrocidades de la guerra La polémica escritora estadounidense Susan Sontag, quien presenta estos días su nuevo libro, Ante el dolor de los demás, niega ser pacifista, pero condena las atrocidades de la guerra y los mecanismos que la desencadenan y legitiman desde los centros del poder, adonde sus horrores nunca llegan. Escribe José Andrés Rojo en la edición de EL PAÍS del 29 de octubre de 2003: "Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan", escribe Susan Sontag ya casi al final de su último libro, Ante el dolor de los demás (Alfaguara). Y un poco más adelante explica que esas imágenes dicen: "Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides". No lo olvides, recuérdalo, conoce lo que la guerra es, mira tanto dolor y tanto absurdo y tanta desolación. Sontag (Nueva York, 1933) se ha sumergido de lleno en el horror de la guerra en las 146 páginas de este contundente ensayo para reflexionar qué ocurre allí en los lejanos campos de batalla y qué pasa en el otro lado del mundo, donde no pasa nada, cuando se sabe de la brutalidad y la muerte. Lo ha hecho a través del hilo conductor de la fotografía, de esas imágenes que tienen el poder de "captar una muerte cuando en efecto está sucediendo y embalsamarla para siempre". Son ya cuarenta años los que lleva Susan Sontag publicando libros, desde que en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. Y ya no ha parado y no tiene idea de detenerse. Sigue cultivando la ficción (En América es su última novela), y no deja de escribir ensayos, proyecta realizar otra película y también dos obras de teatro. La guerra no le ha sido ajena: estuvo como periodista en Vietnam y montó, durante el asedio a Sarajevo, Esperando a Godot. En 1977 publicó Sobre la fotografía. Su vitalidad, su compromiso cívico, la radicalidad de su mirada han sido objeto recientemente de dos importantes reconocimientos, el Premio de la Paz, en Francfort, y el Príncipe de Asturias. Pregunta - "La belleza será convulsa o no será", decía André Breton, y reclamaba un arte que conmocionara. Las imágenes de la guerra también conmocionan. ¿Qué hay, sin embargo, de diferente en ambas formas de expresión? Respuesta - Creo que la fotografía es también un arte, así que no tendría que haber diferencias entre ambas formas de expresión. Lo que sí querría señalar es que éste no es un libro sobre fotografía. Es un libro que trata de la guerra. Por tanto, no debe pensarse que después de unos años he vuelto sobre el viejo tema que traté ya en Sobre la fotografía. Allí me pregunté por lo que las imágenes eran, por la forma en que nos influyen, por el espíritu que consiguen atrapar. Esta vez empiezo por la guerra, está ahí, existe, y me pregunto qué es lo que saben de ella quienes no tienen una experiencia directa de su horror. ¿Qué pueden saber, cómo pueden conocerla? En Ramala y Bagdad saben qué significa, pero en París y en Madrid, por ejemplo, ¿qué les llega de todo aquello? P. - Entonces surgen las imágenes. ¿No existe el problema de que terminen por saturar y no digan ya nada? R. - Sí, está esa teoría de que todo es un gran espectáculo, de que la realidad ha desaparecido, de que estamos sumergidos en una tormenta de imágenes que consumimos sin más. Se dice que todas esas atrocidades dejan de serlo por la saturación que se produce cuando han aparecido tantas veces. Pero no estoy de acuerdo. Creo que la gente distingue perfectamente entre la realidad y el espectáculo. Por muy adictos que seamos a consumir imágenes, todavía existe la posibilidad de tomar distancias frente al horror. P. - Empieza el libro contando que Virginia Woolf, en Tres guineas, proponía a un eminente abogado londinense observar las imágenes de la Guerra Civil Española, para saber "si al mirar las fotografías sentimos lo mismo". R. - Bueno, empecé por Virginia Woolf porque por algún lado tenía que empezar. Lo que ocurre a finales de los años treinta, la época en la que ella escribe, es que se produce un drástico cambio en la manera en que los reporteros cubren las guerras. Antes de la Guerra Civil Española se habían fotografiado muchos conflictos, pero siempre antes o después, durante los preparativos o cuando los campos estaban ya llenos de cadáveres. Es entonces, y ahí está la mítica foto de Robert Capa del miliciano que cae en el frente de Aragón, cuando los fotógrafos empiezan a captar imágenes durante el desarrollo de las batallas. Lo que Virginia Woolf ve son las atrocidades causadas por los bombardeos de la aviación franquista sobre la población civil. Y son imágenes que le llegaban a ella por correo, no aparecían aún en los periódicos. P. - ¿Cree que es muy diferente la forma en que hombres y mujeres entienden la guerra? R. - Bueno, ésa era la cuestión que planteaba inicialmente Virginia Woolf, aunque luego la abandonaba. El caso es que sí, la guerra está imbuida de una serie de valores tradicionalmente asociados al mundo masculino: la virilidad, la fuerza, el coraje, la fortaleza de aprender a sufrir sin sentir compasión. Quizá los hombres no disfruten en los combates, pero sí disfrutan con lo que la guerra desencadena: la movilización y todo eso. El mundo femenino está, en cambio, asociado a la protección, a la compasión, al interés por lo que ocurre con otras personas. Forma parte de su socialización. Pero la guerra también la hacen hoy las mujeres. La ordenan, como hizo Margaret Thatcher, o participan en ella: hay un alto porcentaje de mujeres en las tropas estadounidenses. P. - Habla en el libro de un momento en que simplemente ya no se reconoce el sufrimiento, sino que se protesta contra él. R. - La imagen de la portada del libro ha sido una elección personal. Es un aguafuerte de Goya que pertenece a su serie de Los desastres de la guerra. Ayer mismo, nada más llegar, fui al Prado para volver a ver las obras de Goya, que me siguen impactando profundamente. Es un artista decisivo, a partir del cual se produce un cambio radical en la manera de ver la guerra. Los pies que figuran debajo de cada imagen dicen cosas como No se puede mirar, ¡Esto es lo peor!, ¡Qué locura! Ya no se puede permanecer al margen. A partir de su obra, no podemos callar frente a la barbarie de la guerra. P. - Lo difícil es encontrar el camino de hacerlo... R. - Llevamos ya mucho tiempo sabiendo del sufrimiento por los cuadros de muchos pintores. El cristianismo, y no otras religiones, nos ha enseñado que Jesús es un hombre que sufre, y aparece cargado de dolor, con sus heridas perfectamente visibles. Y ha hecho bien: así sabemos lo que los hombres son capaces de hacer con otros hombres. Ahora sigue ocurriendo, nada ha cambiado. En Ruanda, un país apenas más grande que Andalucía, en seis semanas fueron masacradas 800.000 personas. Es terrible. A veces no se puede ser pacifista. Yo no soy pacifista. Por desgracia, hay momentos en que una intervención militar puede detener un genocidio, o por lo menos puede mitigarlo. Es necesario hacer lo que sea para frenar una masacre. Lo que no puede ser es que estas cosas ocurran y un tiempo después los genocidas sigan ahí, como si aquello perteneciera ya al pasado, como si fuera posible olvidarlo. P. - Hace cuarenta años publicó su primer libro. ¿Qué piensa, cómo se siente respecto a lo que ha escrito desde entonces? R. - Es una pregunta en la que ni siquiera quiero pensar. No soy yo quién debe evaluar mi literatura.Además no es algo acabado, estoy en la mitad de un camino que me lleva de una cosa a otra.P. - ¿Cuáles son sus nuevos proyectos? R. - Trabajo en una nueva novela. Quiero también escribir una reflexión sobre la enfermedad, tengo pendientes dos piezas de teatro y hacer una película, algo en lo que no me embarcaba desde los años setenta. De todas formas, yo no soy una escritora que se dedica exclusivamente a escribir. Mucha gente cuando llega a los 40 piensa que ya no le queda nada por hacer, salvo divorciarse, y cuando ya lo ha hecho, considera que sólo le queda trabajar. Yo creo que el mundo sigue lleno de posibilidades y me gusta vivir, ver las cosas que pasan, saber del mundo, conocer nuevos lugares. Creo que estoy ahora en el mejor momento de mi carrera. Estoy muy orgullosa de lo que he escrito cuando era joven, pero me ocurre como a muchos pintores y compositores, que es en la madurez cuando dan lo mejor de sí mismos. Salvo excepciones, en la literatura no suele ocurrir lo mismo. Muchos escritores dan lo mejor en sus primeras obras. P. - Terminemos con su reciente visita a Oviedo. Compartió premio con Fátima Mernissi, que comentó que usted no sabía nada del mundo árabe. R. - Estoy muy contenta con el premio, me ha encantado conocer la ciudad y la naturalidad y elegancia de la Reina y el Príncipe. Quizá la única crítica que pueda hacer es que concedan el mismo premio a autores tan diferentes, como Fátima Mernissi y yo, o Kapuscinski y Gustavo Gutiérrez. Si todos se lo merecen, por qué no darlo a un único autor. Se evitarían situaciones incómodas. Me contaron que Mernissi pensaba que yo era una más de tantas americanas que nada saben del mundo árabe y que por tanto no conocía su obra. Pero yo sí sabía de ella, no soy una americana más.

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