jueves, 17 de septiembre de 2009

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El Mundo
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Consideraciones sobre la tortura después de Abu Ghraib, en Irak
13:25
Un impactante documental y un informe de la Cruz Roja revelan siniestros detalles de los abusos.
Por: Matilde Sánchez
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SADISMO.
Sabrina Harman levanta el pulgar junto a un prisionero muerto.
Digna de un archivo negro del sadismo, una cascada de nuevas imágenes de torturas, que incluyen vejaciones sexuales en cárceles de Irak y Afganistán, amenaza con enviar a decenas de altos jefes militares a la corte marcial y con procesar al ex presidente George Bush y a su vice, Dick Cheney, desde 2002 el adalid del "set alternativo de procedimientos" para el interrogatorio de terroristas, de uso sistemático en la contrainteligencia desde el ataque del 9/11 hasta 2006. Si bien Barack Obama había prometido a la Unión Americana de Libertades Civiles, ACLU, que difundiría el material, esta semana el presidente decidió no hacerlo público argumentando que motivaría represalias contra las tropas todavía estacionadas en Irak. Desde hace años diversas ONGs reclaman al gobierno que abra la información sobre el uso de tormentos en los llamados "sitios negros" del sistema carcelario de ultramar. Es en estos meses, a partir de un informe de la Cruz Roja de febrero de 2007, que se conocen detalles sobre esos centros de detención extraterritorial que los EE.UU. mantienen en Irak, Afganistán, Guantánamo, Tailandia, Polonia, Rumania y Marruecos. Muchas de las nuevas fotos, inaccesibles para las agencias pero que la semana pasada divulgó un canal de TV australiano, se agregan al expediente de doce CDs con cerca de 2.000 fotos privadas, tomadas entre octubre y diciembre de 2003 en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak. Se trata de un verdadero estudio fotográfico sobre el sumergido mundo de la tortura física y moral de enemigos. Trascendió que el nuevo archivo contiene tomas de un soldado norteamericano en el intento de violar a una prisionera, obligada a mostrar sus pechos. Hasta ahora no se habían visto prisioneras entre los trofeos fotográficos de Abu Ghraib, aunque es sabido que en sus meses de mayor hacinamiento, cuando la colonia albergó a miles de presos, muchos de ellos no registrados ("unlogged", chupados en nuestra jerga), se contaban mujeres y hasta menores. De acuerdo con el informe del general Antonio Tabuga para una comisión especial sobre maltrato en las cárceles de Irak, de 2004, a menudo los menores eran capturados como rehenes. En otras fotos se ve a un traductor violando a un prisionero, y otras incluyen ataques sexuales con un tubo fluorescente, alambre y un horquilla de jardín. Otra vez ha sido Tabuga quien reveló esta semana el contenido del nuevo expediente. Retirado desde 2007, el general se limitó a decir que "muestran torturas, abuso, violaciones e indecencias de todo tipo imaginable" e insistió en que sólo servirán a los fines judiciales: "La mera descripción de las imágenes es abominable, créanme." La irrupción y bloqueo de las nuevas fotos sigue al reciente informe del Comité Internacional de la Cruz Roja, entregado a varias comisiones del Congreso, entre ellas el del Senado para las Fuerzas Armadas. Fue de este informe que se sirvió el juez español Baltasar Garzón. En los últimos meses de 2006, la Cruz Roja entrevistó a 14 "detenidos de alta categoría" en varios "sitios negros". Los comentarios e indagaciones en profundidad sobre el tema vienen publicándose en las principales revistas literarias, como The New Yorker y The New York Review of Books. Más allá de sus consecuencias judiciales, las nuevas pruebas de vejaciones sacuden la conciencia y hacen pensar en un giro significativo, un antes y un después de Abu Ghraib, pero no porque incorporen métodos innovadores en el infame campo de la tortura. El umbral en cuestión es de otra naturaleza. Al repasar las fotos ya conocidas, se tiene la impresión de que distintos tabúes culturales han sido franqueados. Primero, ponen en evidencia hasta qué punto la industria audiovisual presta sus fórmulas y prácticas a la dominación del enemigo (me refiero al advenimiento de la fotografía electrónica sin soporte de papel, me refiero al lenguaje de la pornografía, a las diferencias culturales en términos de derechos civiles, que para un prisionero musulmán agravan el sadismo cuando lo ejerce una mujer, se trata incluso de un umbral en la historia del feminismo). Reflexionar sobre estos colaterales resulta más pertinente todavía en un país como Argentina, primero, porque contamos con nuestro propio capítulo en la Historia Universal de los Desaparecidos, pero sobre todo a la hora de concebir con seriedad un museo de la memoria.Estrenado hace un año en los EE.UU., el conmocionante documental Procedimiento standard, del notable realizador Errol Morris, se puede conseguir en algunos videoclubs argentinos. Morris ya había dirigido el extraordinario Niebla de guerra, sobre el ex Secretario de Estado Robert McNamara y la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría. En el nuevo documental, Morris investiga las condiciones y el tiempo real del festín fotográfico de Abu Ghraib, a través de la reconstrucción de las sesiones y videos y con entrevistas a la mayoría de los procesados en el juicio de 2004 -la ex brigadier Janis Karpinski, a cargo de los ocho penales estadounidenses en Irak, la angelical Sabrina Harman, célebre por sus pulgares levantados junto a al-Jamidi, muerto bajo tortura; la endurecida Lynndie England, embarazada de su jefe Charles Graner, un psicópata estereotipado, amante de varias carceleras, instigador de las fotos y hoy convicto a diez años. Todas las entrevistas fueron realizadas por Morris en 2006."Es un error confundir las fotografías de Abu Graib con los crímenes de Abu Ghraib," señalaba Morris hace un año desde su blog Zoom, en la página del diario The New York Times. "Una de las mayores ironías es que las fotografías podrían servir como revelación o como encubrimiento al mismo tiempo, alentar a la gente a no ver nada más y a pensar que lo vio todo", concluía el director. Las nuevas imágenes parecen darle la razón: ¿Abu Ghraib fue apenas la cima de un gran vertedero? Uno de los aspectos aberrantes que revela el film es hasta qué punto la gestión carcelaria en Irak recayó en manos de jóvenes sin experiencia, embrutecidos por una educación deficiente y despachados a Irak con un mínimo de instrucción. Lo deja en claro sobre todo uno de los testimonios, de una imbecilidad onomatopéyica, preverbal, y lo enfatiza el investigador Brent Pack, quien reconstruyó las distintas líneas temporales de las imágenes para la Justicia. En Abu Ghraib, reservistas de 18 años que venían de hacer un cursillo para interrogadores quedaban a cargo de indagar a generales de hasta 5 estrellas, de entre 40 y 65 años. Demasiado ignorantes para obtener información significativa. Así, se verificaba en Abu Ghraib lo que la filósofa alemana Hanna Arendt, en su crónica del juicio a Adolf Ecihmann en Jerusalén, llamó "la banalidad del mal", a la que se agrega, según observó Susan Sontag, ese ingrediente de "diversión" propio de la cultura juvenil. Asimismo, emerge el clásico desconcierto de todo régimen en su punto de fragor represivo, actuando sin un plan racional y por los impulsos de su propia paranoia. Varios testimonios aseguran que en medio de la noche llegaba a Abu Ghraib el camión repleto de detenidos "y resultaba que eran taxistas, soldadores, panaderos, hombres recogidos de la calle, hijos detenidos porque sus padres no estaban en casa. A eso yo lo llamo secuestro", sostiene uno de los testigos. Se debe tener presente, además, que Irak es la primera guerra tercerizada mediante empresas contratistas, en la que actuaron decenas de interrogadores privados. En Abu Ghraib fue clave el papel de los intérpretes: en la muerte de al-Jamidi, el rol de un tal "Clint C", empleado de la empresa Titan, proveedora de traductores. Otra de ellas era CACI, sigla de una empresa ya disuelta y encargada de proveer interrogadores. Los "sitios negros" son, de hecho, un universo de siglas anónimas que encriptan agencias encubiertas, contratistas y Task Force, o grupos de tareas. Morris permite comprobar otro paralelismo desconsolado: en qué medida el sistema de quiebre y aniquilamiento de enemigos ha mutado en su narrativa desde la Segunda Guerra. Si la Shoah ponía en escena un universo concentracionario netamente fabril, con turnos de tareas y "trabajo útil", Abu Ghraib evolucionó hacia un mundo sin otro trabajo que la explotación sexual, mediante cuadros vivos para un video de satisfacción personal, con las estaciones clásicas de la pornografía hardcore -sadomasoquismo, coprofagia, camas redondas en forma de "pirámide humana"-. Su industria, por lo tanto, es el entretenimiento en el que los carceleros posan, el prisionero es obligado a posar -masturbándose o supliciado, y el grosor de un pelo separa ambas prácticas-, y donde el muerto hace de muerto mientras el fotógrafo es productor del entretenimiento. De hecho, al-Jamidi fue bautizado Bernie por Bernie's weekend, una película clase B que cuenta una fiesta delirante con un homicidio fraguado.Retomando su libro sobre la fotografía de guerra, Ante el dolor de los demás, de 2003, la escritora norteamericanaSusan Sontag reflexionaba sobre Abu Ghraib en un ensayo un año más tarde. Allí afirmaba que existe una alarma extra en esas fotos, dado que rara vez en la historia los victimarios aparecen en sus trofeos de guerra. Ni siquiera en los campos de concentración nazi, los criminales se muestran ligeros y sin solemnidad ante el vejamen. Que tortura y sexualidad suelen ir juntas no es novedad, señala; fueron conjugadas por todas las culturas, desde la Inquisición hasta las razzias de Pol Pot en Camboya. "Lo realmente abominable, dado que estas imágenes fueron tomadas con el fin de hacerlas circular y ser enviadas a otros, -señalaba- es que muestran algo divertido. Y esta idea de la diversión es la que, cada vez más -y contra lo que el presidente Bush le dice al mundo- "en verdad están en la naturaleza y el corazón de los EE.UU.". Es difícil medir la creciente aceptación de la brutalidad en la vida norteamericana pero sus evidencias están en todas partes, por empezar en los videojuegos de matanza, el principal entretenimiento de los muchachos -¿estamos tan lejos de un videogame que se llame "Interrogando al terrorista?"Despersonalización ante el dolor del otro, infantilismo, atrofia del sentimiento de compasión, esta vez para la posteridad. Y en su registro, por primera vez en la historia, un grupo de mujeres cree participar por cuenta propia, a modo de subrayado postfeminista. Rodando la película de un psicópata, ellas también han mutado.

¿Que pasa con las mujeres en Irak?

viernes 5 de junio de 2009
Violadas en Iraq, un crimen ocultado
Anna Badkhen, Frontline World. Publicado en RebeliónTraducido del inglés: Sinfo Fernández os tres policías le metieron un saco de arpillera a Jalida por la cabeza y se la llevaron al Ministerio del Interior iraquí en Bagdad. Allí la interrogaron y la golpearon, saltándole los dientes delanteros. Después, le arrancaron las ropas y se turnaron para violarla. “Una vez acabaron, un cuarto hombre entró en la habitación”, me contó Jalida, apagando un cigarrillo para encender otro. “Era un oficial. Pude ver su rango en las hombreras. Me miró y dijo: ‘Oh, qué mala suerte que estés sangrando, se suponía que ahora me tocaba a mí’”. El oficial ordenó a sus hombres que se deshicieran de Jalida. La envolvieron en una manta, la metieron en un coche y la tiraron, sangrando, sobre una acera de Bagdad.Poco después de sufrir la violación, Jalida huyó a Jordania y de allí a los Estados Unidos. Su madre y su hermana continúan viviendo en Iraq.“Nadie sabe exactamente cuántas mujeres iraquíes han sido violadas desde que en 2003 se produjo la invasión estadounidense, pero los activistas iraquíes y extranjeros sitúan la cifra en varios miles”. Los grupos que trabajan por los derechos humanos empezaron a darse cuenta del aumento en las violaciones en Iraq inmediatamente después de la caída del régimen de Saddam Hussein, consiguiendo múltiples pruebas de demostraban que las diversas facciones estaban atacando a las mujeres. En 2008, Amnistía Internacional informó que “miembros de grupos armados islamistas, milicias, fuerzas gubernamentales iraquíes, soldados extranjeros de la Fuerza Multinacional dirigida por EEUU, junto con quines integraban los efectivos de los contratistas extranjeros de la seguridad militar privada estaban perpetrando crímenes específicamente dirigidos contra las mujeres y las niñas, incluida la violación”.El informe decía además que las autoridades iraquíes casi nunca perseguían esos crímenes, que ni siquiera los registraban.Bajo el gobierno del Partido Baaz de Saddam, las fuerzas de seguridad utilizaban la tortura y violación contra los prisioneros políticos. Y el hijo mayor del dictador, Uday, daba órdenes para que le llevaran a su palacio a cualquier mujer a la que hubiera echado el ojo. Pero en absoluto la violación era un crimen extendido.“Había ley”, dijo Yanar Mohammed, una abogada y feminista iraquí que trabaja por los derechos de la mujer. “Nadie iba por ahí violando”.Según Mohammed, que dirige la Organización para la Libertad de las Mujeres en Iraq, una ONG que trabaja directamente con las víctimas de violación: “A finales de 2003, todo el mundo conocía historias de cinco o diez mujeres que habían sido secuestradas; algunas fueron violadas y arrojadas a las cunetas, otras desaparecieron”.Los doctores iraquíes me dijeron que empezaron a ver también un aumento de los casos de violación un mes después de que empezara la guerra. El caos y la violencia sectaria se tragaron Iraq a toda velocidad tras la caída de Saddam, dejando a las mujeres en una situación de especial vulnerabilidad. Sólo en 2005, la organización de Mohammed estima que se produjeron 2.000 violaciones de niñas.En marzo de 2009, Oxfam informó que el conflicto había dejado viudas a 740.000 mujeres iraquíes, la mayoría de ellas perdieron a sus maridos a partir de la invasión de 2003. Esto significa que cientos de miles de mujeres iraquíes carecen de la protección tradicional de los miembros masculinos de la familia, incluyendo maridos, hermanos y padres, habiendo quedado totalmente indefensas frente a la violación.En muchas zonas del país donde la justicia tribal ha llenado el vacío dejado por la guerra, las víctimas de violación se enfrentan a un doble riesgo. A menudo son rechazadas y a menudo asesinadas por familiares para eliminar la supuesta vergüenza que el abuso conlleva para el honor de la familia.Hanan Edgar, directora de la Red de Mujeres Iraquíes en Bagdad, me dijo que esa práctica, conocida con el hombre de “asesinatos por honor” cuenta con el apoyo tácito del gobierno iraquí. Aunque el asesinato premeditado en Iraq conlleva una sentencia de cárcel de al menos quince años, la sentencia típica por un asesinato por honor supone unos seis meses de cárcel, manifestó.Para poder averiguar más datos sobre el drama de las violaciones en Iraq, viajé a Bagdad en marzo con la fotoperiodista Mimi Chakarova [véase al final enlace con vídeo realizado]. Había entrevistado ya a varias víctimas iraquíes de violaciones que estaban viviendo como refugiadas en la vecina Jordania. Allí supe del trabajo que Mohammed realizaba a través de su organización en Iraq. Allí fue donde me encontré con Jalida y pude escuchar su historia.Mohammed se convirtió en nuestra guía para poder entrar en el mundo oculto de los abusos sexuales contra las mujeres en Iraq. Su organización es el único grupo no gubernamental que actúa en la región semi-autónoma kurda ofreciendo refugio a las víctimas de violación.Nos llevó varias semanas de cuidadosas negociaciones poder ganarnos la confianza de las mujeres que dirigen la red clandestina de refugios y de las víctimas que allí se refugian. Mohammed y otras voluntarias viven con el constante temor de posibles represalias por parte de las milicias sectarias.Nos alojamos en un hotel fuertemente fortificado en el centro de Bagdad, fuera de la seguridad relativa de la Zona Verde. Cuando salíamos del hotel, vestíamos negras abayas combinándolas con pañoletas en la cabeza. Entrevistar a la gente en la calle estaba fuera de toda posibilidad: atraería demasiada atención. Y cuando nuestra intérprete iraquí preguntaba a las mujeres sobre sus experiencias, a menudo se negaba a traducir sus historias porque se sentía abochornada.Con frecuencia, las mujeres iraquíes se sienten demasiado avergonzadas o aterradas como para informar de la violación a la policía; y cuando informan del abuso, los oficiales normalmente desestiman sus afirmaciones. Confirmando el informe de Amnistía Internacional, un portavoz del gobierno me dijo que el gobierno iraquí no registra los casos de violación. Cuando le pregunté por qué no, no acertó a dar una respuesta.Salma Jabou, asesora del Presidente Talabani para los asuntos de la mujer, me dijo que Iraq no tiene leyes que protejan a las víctimas de violación. Las fuerzas estadounidenses, que supuestamente se preparan para una retirada gradual, tampoco tienen autoridad para interferir y, como se indicaba al principio, son también autores de este tipo de delitos. El Ministerio para Asuntos de la Mujer, constituido en 2003, ha hecho tan poco para proteger los derechos de la mujer que Nasal Al-Samaraie, la ministra designada, presentó su dimisión en marzo, diciendo que su misión “era muy difícil, cuando no imposible, de llevarse a cabo”.Tal labor ha quedado casi exclusivamente en manos de las agencias no gubernamentales de la ayuda internacional. La red de refugios de Mohammed está parcialmente financiada por la organización internacional por los derechos de la mujer MADRE, que tiene su sede en Nueva York. La portavoz de MADRE, Yifat Susskind, me dijo que la red de Muhammed ha dado refugio y asesorado a miles de mujeres iraquíes desde que se abrió el primer refugio en 2004. A pesar de que necesita mucho más apoyo, Mohammed dice que el gobierno iraquí le ha negado a su grupo el permiso para que los refugios puedan funcionar oficialmente y, asimismo, le ha negado cualquier tipo de ayuda, viéndose obligada a albergar a las mujeres en destartalados apartamentos infectado de ratas, para esconderlas no sólo de potenciales asaltantes sino también de las autoridades iraquíes.Según un reciente informe de Amnistía Internacional, varios pistoleros atacaron un refugio de mujeres en la región norteña controlada por los kurdos. Al parecer, los hombres eran parientes de una de las mujeres que había buscado refugio. Los refugios de Mohammed representan, por todo el país, tan sólo un puñado de casas seguras para las víctimas de violación.Incluso nuestra propia visita a una casa-refugio para mujeres en Bagdad provoca riesgos para las refugiadas: como extranjeras, podríamos atraer la atención sobre el refugio. Para ayudar a proteger su paradero, no se nos permitió llevar a nuestra traductora, una estudiante de post-graduado en la Universidad de Bagdad. Para poder llegar hasta el refugio, tuvimos primero que reunirnos con una voluntaria en la sede de la organización. Allí, nos pusimos abayas y velos. Para más seguridad, esperamos hasta que anocheció. Entonces, otra voluntaria nos llevó a través del polvoriento laberinto de las calles de Bagdad ahítas de impactos de bala.Cuando llegamos, caminamos arrastrando los pies a través de la puerta de contrachapado del refugio de la misma forma en que se mueven la mayoría de las mujeres iraquíes que se han convertido en blanco: con los ojos bajos, la cabeza inclinada y en silencio: como sombras.Enlace con el texto original y con el vídeo grabado por Mimi Chakarova titulado
El peor enemigo de la mujer soldado, su camarada
Un libro publicado en EE UU revela violaciones y acosos en Irak y Afganistán
La soldado estadounidense Mickiela Montoya no llevaba un puñal amarrado a su pierna para defenderse del enemigo, al menos no del enemigo iraquí. Lo llevaba para protegerse de sus compañeros. "¿Sabes qué? Podría violarte ahora mismo y nadie te oiría gritar, nadie sabría lo que ha pasado", le dijo un soldado una noche tras acabar su turno de guardia. "¿Qué harías?", le preguntó desafiante el soldado a Montoya. "Apuñalarte", respondió ella sin dudarlo. "No tienes un cuchillo", prosiguió la conversación el compañero. "Sí que lo tengo", dijo tajante la soldado.Mickiela Montoya no tenía un puñal aquella noche. Pero lo tuvo y lo llevó pegado a su cuerpo todas y cada una de las siguientes jornadas de los 11 meses que vivió en Irak. "Llevaba el cuchillo para protegerme de los míos"."Para los soldados una mujer es sólo una de estas tres cosas: un bicho, una puta o una lesbiana",explica Montoya. "Los hombres no nos quieren aquí". Uno de los militares que sirvió con Montoya le explicó la razón por la que había mujeres en el Ejército: "Envían chicas sólo para alegrarnos la vista", le dijo. La teoría es que en Vietnam había prostitutas, pero no las hay en Irak, así que esa función la suplen las soldados. "Ésa es la razón por la que hay mujeres en el Ejército", le dijo. En Irak han luchado y han muerto más mujeres estadounidenses que en ningún otro conflicto desde la II Guerra Mundial. Más de 206.000 mujeres han servido en Oriente Próximo desde el inicio de la guerra en 2003. Este número representa cinco veces más mujeres que en la guerra del Golfo y 26 más que en Vietnam. Más de 600 han sido heridas y 104 han muerto en Irak.Pero a pesar de crecer en presencia, las mujeres en Irak siguen muy solas: son una de cada 10 dentro de las tropas. En ocasiones, están solas en un batallón.Cuarenta mujeres han relatado sus experiencias a la profesora de periodismo de la Universidad de Columbia Helen Benedict en el libro El soldado solitario: La guerra privada de las mujeres sirviendo en Irak. De esas 40, 28 fueron violadas, agredidas sexualmente o acosadas. No fueron una excepción. Diferentes estudios basados en cifras del Departamento de Veteranos de Guerra dicen que el 30% de las mujeres han sido violadas mientras servían en el Ejército por sus propios compañeros, el 71% han sido agredidas sexualmente y el 90% acosadas. El Departamento de Defensa sabe del problema y en su informe anual de 2009 sobre agresiones sexuales reconoce que el 90% de los ataques nunca son denunciados. Y cuando lo son, las denuncias no suelen llegar a buen puerto. Bien lo sabe Marti Ribeiro, tercera generación en la familia que pertenece (o pertenecía) a la Fuerza Aérea. La historia que Ribeiro relata en el libro incluye una violación y varios ataques en Afganistán. Fue violada por un soldado mientras guardaba una posición, lugar que no abandonó hasta que acabó su turno para ir, sin ducharse (para no borrar las pruebas de la agresión) a presentar una denuncia. Entonces le dijeron que si la presentaba le podían acusar de haber dejado su arma abandonada (¡durante la violación!). "Dejé el Ejército. Soñaba con convertirme algún día en oficial, como mi padre y mi abuelo, pero debido a que soy mujer ese sueño nunca se hará realidad".Terrible debe ser el acoso cuando una mujer declara lo siguiente: "Me daban menos miedo los morteros que caían a diario que los hombres con los que compartía mi comida". Ésa es la experiencia de Chantelle Henneberry, quien sufrió un intento de violación por parte de un compañero en Irak. Cuenta Henneberry en un capítulo del libro que a partir de media tarde nunca bebía nada, a pesar de que hubiera 40 grados de temperatura y se desmayara por deshidratación. "Tenía pánico de ir a las letrinas sola". Sabía lo que le esperaba.
http://www.elpais.com/articulo/inter...pepiint_10/Tes
Editado por nakba2 - 20.04.2009 22:52 hs..
Por Susan Sontag
Durante mucho tiempo -al menos seis decenios-, las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. El museo de la memoria es ya sobre todo visual. Las fotografías ejercen un poder incomparable en determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora parece probable que en definitiva la gente por doquier asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de Sadam Husein, Abu Ghraib. El Gobierno de Bush y sus defensores se han empeñado sobre todo en contener un desastre de relaciones públicas -la difusión de las fotografías- más que en enfrentar los complejos crímenes políticos y de mando que revelan estas imágenes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad con las propias fotografías. La reacción inicial del Gobierno consistió en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con las imágenes: como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que exponen. También se evitó la palabra "tortura". Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en última instancia de "humillaciones": eso era lo más que se estaba dispuesto a reconocer. "Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de 'maltrato', lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a tortura", afirmó en una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y, por tanto, no pronunciaré la palabra 'tortura". La definición de torturaLas palabras alteran, las palabras añaden, las palabras quitan. Que se evitara tenazmente la palabra "genocidio" mientras más de 800.000 tutsis de Ruanda eran masacrados en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez años, demostró que el Gobierno estadounidense no tenía intención alguna de hacer algo al respecto. Negarse a llamar tortura lo que sucedió en Abu Ghraib -y en otras cárceles de Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de Guantánamo- es tan indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en Ruanda. Ésta es la definición usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por el cual se inflijan intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión". (La definición proviene de la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984, y está presente más o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados previos, desde el artículo tercero común a las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En la convención de 1984 se declara expresamente que "en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública, como justificación de la tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican que ésta incluye los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores. Cualesquiera que sean las acciones que emprenda este Gobierno para contener los daños a causa de las crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu Ghraib y otros lugares -procesos, juicios militares, inhabilitaciones deshonrosas, renuncia de altos cargos militares y de los funcionarios del Gabinete responsables, e importantes compensaciones a las víctimas-, es probable que la palabra "tortura" siga estando vedada. El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a sus prisioneros refutaría todo lo que este Gobierno ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificación triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad. Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputación del país se extendía y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la palabra "perdón", el foco del arrepentimiento aún parecía la lesión a la pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegemónico de traer "la libertad y la democracia" al ignaro Oriente Próximo. Sí, el señor Bush afirmó, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba "la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la humillación que han sufrido sus familias". Aunque, continuó, "lamento igualmente que la gente no comprendiera, al ver estas imágenes, el auténtico carácter y corazón de Estados Unidos". Que el empeño estadounidense en Irak quede compendiado en estas imágenes debe de parecer, entre los que hallaron alguna justificación para una guerra que en efecto derrocó a uno de los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una guerra, una ocupación, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuestión no es si la tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las acciones las realizan individuos-, sino si fue sistemática. Autorizada. Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayoría o una minoría de estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas que propugna este Gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace que estas acciones resulten más probables. Así consideradas, las fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares políticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, cometieron atrocidades idénticas y sometieron a los despreciados y renuentes nativos con torturas y humillaciones sexuales. Añádase a esta corrupción generalizada la desconcertante y casi absoluta falta de preparación de los dirigentes estadounidenses en Irak para hacer frente a las realidades complejas de un país tras su "liberación", es decir, su conquista. Y añádanse las doctrinas globales del Gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado "terrorismo") y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el presidente lo decide así, "combatientes ilegales" -una política que enunció Donald Rumsfeld desde enero de 2002- y, por tanto, en "sentido técnico", como afirmó Rumsfeld, "no tienen derechos" que ampare la Convención de Ginebra, y se tiene la receta perfecta para las crueldades y los crímenes cometidos contra miles de prisioneros sin cargos ni asesoría legal en cárceles gestionadas por estadounidenses y establecidas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. Así pues, ¿la cuestión central no son las propias fotografías, sino la revelación de lo ocurrido a los "sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No: el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus cautivos indefensos. Los soldados alemanes en la II Guerra Mundial fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instantáneas en que los verdugos se colocan junto a las víctimas son muy infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicación, Photographing the Holocaust (Fotografiar el Holocausto), de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo expuesto en estas imágenes, serían algunas de las fotografías de las víctimas negras de linchamientos efectuadas entre el decenio de 1880 y los años treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado de un árbol. Las fotografías de linchamientos eran recuerdos de una acción colectiva cuyos participantes sintieron su conducta del todo justificada. Así son las fotografías de Abu Ghraib. Si hubiera alguna diferencia, sería la creada por la creciente ubicuidad de las acciones fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su carácter de trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotografías que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un cambio en el uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que mensajes que han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados poseen una cámara digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los periodistas gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos -registran su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian imágenes y las envían por correo electrónico a todo el mundo. Cada vez hay más registros de lo que la gente hace, por su cuenta. Al menos, o sobre todo en Estados Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en tiempo real -si la vida no está montada, ¿por qué debería montarse su registro?- se ha vuelto la norma de millones de transmisiones por Internet, en las que la gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aquí me tenéis: despertando, bostezando, desperezándome, cepillándome los dientes, preparando el desayuno, enviando a los chicos al colegio. La gente plasma todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los envía por doquier. La vida familiar acompaña al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el descrédito. Sin duda, la incesante entrega a la videograbación doméstica mutua, en conversación o en monólogo, durante muchos años, fue el material más asombroso de Capturing the Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki sobre una familia de Long Island implicada en acusaciones de pederastia. La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede capturar en las fotografías o el vídeo digital. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya canónica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le brotan cables, quizá advertido de que si cae será electrocutado). Con todo, las imágenes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son más o menos infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror en el rostro de la víctima. Pero casi todas las imágenes parecen formar parte de una más amplia confluencia de la tortura con la pornografía: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería dominatriz. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en Internet y que pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a sí mismas por la Red. Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida, y, por tanto, seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortesías de la cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las acciones registradas como imágenes. La expresión de complacencia ante las torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y desnudas es sólo parte de la historia. Hay una complacencia primordial en ser fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija, directa y austera (como antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la cámara. Algo faltaría si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto. Sonrisa digitalAl mirar estas imágenes, cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes frente a los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violación y el dolor infligido a los genitales están entre las formas de tortura más comunes. No sólo en los campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando lo gestionaba Sadam Husein. Los estadounidenses también lo han hecho y lo siguen haciendo, cuando se les dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los cuales ejercen un poder absoluto merecen el maltrato, la humillación, el tormento. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece a una religión o raza inferior y despreciable. Pues la significación de estas imágenes no consiste sólo en que se ejecutaron estos actos, sino en que, además, sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las imágenes. Y lo más detestable, pues se pretendía que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso había sido divertido. Y esta noción de esparcimiento es, por desgracia -y contrariamente a lo que el señor Bush le cuenta al mundo-, cada vez más parte "de la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos". Es difícil evaluar la creciente aceptación de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las pruebas están por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el espectáculo principal de los chicos -¿cuánto tardará en llegar el videojuego Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya endémica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los crímenes violentos están a la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la violencia. Desde los rudos vejámenes infligidos a los alumnos recién llegados en numerosos bachilleratos de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la película de Richard Linklater Dazed and confused (Jóvenes desorientados) (1993)- hasta las novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la ejecución de la violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión. Lo que antaño se apartaba como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas -como en la última y casi insoportable película de Pasolini, Saló (1975), que exhibe orgías de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las postrimerías de la época de Mussolini-, en la actualidad se normaliza, por los apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es como una travesura de fraternidad universitaria, afirmó un oyente a Rush Limbaugh y a veinte millones de estadounidenses que escuchan su programa radiofónico. Cabe preguntar si el que llamó había visto las fotografías. No importa. La observación, ¿o acaso la fantasía?, es muy acertada. Lo que tal vez aún pueda escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh: "¡Exacto!", exclamó. "Justo lo que digo. No es muy distinto de lo que ocurre en una iniciación de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de unas personas por eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos a cascarlos a ellos en serio porque se lo pasaron bomba". "Ellos" son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continuó: "Vamos, a esta gente le están disparando todos los días. Estoy hablando de estas personas, de gente que lo está pasando bien. ¿Es que nadie recuerda lo que es una descarga emocional?". Humillación como diversiónEs probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que está bien torturar y humillar a otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos- que reconocer el disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la humillación como diversión, parece que hay poco que oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poderío militar y en el que se necesita el máximo de vigilancia en el interior. Conmoción y pavor fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se resistieran a los libertadores estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han transmitido los estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una pauta de conducta criminal que desafía y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias internacionales. Hoy día, los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante las atrocidades que cometen, y envían fotografías a sus compañeros y familiares. ¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual antaño habríamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitación para revelarlos en un programa de televisión. Lo que estas fotografías ilustran es tanto la cultura de la desvergüenza como la reinante admiración a la brutalidad contumaz. La noción de que las "disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o "aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de prisioneros no es una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología global de lucha en la que "estás conmigo o en mi contra" y con la que el Gobierno de Bush ha procurado cambiar, de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El Gobierno de Bush ha empeñado al país en una doctrina bélica seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la "guerra contra el terror" no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario internacional que gestiona el ejército estadounidense excede incluso los escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el sistema del Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso, cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el alegal imperio penitenciario estadounidense son "detenidos"; "prisioneros", una palabra recientemente obsoleta, podría suponer que tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los países civilizados. Esta "Guerra Global Contra el Terror" -en la cual se han mezclado por decreto del Pentágono tanto la justificable invasión de Afganistán como el irreducible disparate en Irak- acarrea inevitablemente la deshumanización de todo aquel que el Gobierno de Bush declara posible terrorista: una definición indiscutible y que casi siempre se adopta en secreto. Puesto que las imputaciones contra la mayoría de las personas detenidas en las prisiones iraquíes y afganas son inexistentes -el Comité Internacional de la Cruz Roja informa de que entre el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber cometido otro delito más que el de encontrarse en el sitio y el momento inoportunos, capturados en alguna redada de "sospechosos"-, la justificación principal para retenerlos es el "interrogatorio". ¿Interrogarlos sobre qué? Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, entonces la coerción física, la humillación y la tortura resultan inevitables. Acopio de informaciónRecuérdese: no nos referimos a una situación extraordinaria, al escenario de una "bomba de efecto retardado", lo cual a veces se aduce como caso límite para justificar la tortura de prisioneros que están al tanto de un atentado inminente. Se trata del acopio de información no específica o general autorizado por militares estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber más del indefinido imperio de malhechores sobre el que Estados Unidos casi nada sabe, en países acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda "información" cualquiera podría ser útil. Un interrogatorio que no produjera información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso. Por ello se justifica aún más la preparación de los prisioneros para que hablen. Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las costumbres bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde están recluidos los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente, poco más que unos cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron. Las imágenes no desaparecerán. Es la naturaleza del mundo digital en que vivimos. En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes estadounidenses reconocieran que tenían un problema entre las manos. Con todo, el informe remitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros informes periodísticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los castigos atroces infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de terrorismo" en las prisiones gestionadas por soldados estadounidenses han estado circulando durante más de un año. Es improbable que el señor Bush o el señor Cheney, la señora Rice o el señor Rumsfeld hayan leído esos informes. Al parecer, las fotografías fueron lo que reclamó su atención, cuando resultaba ya patente que no podían suprimirse; las fotografías hicieron todo esto "realidad" para el presidente y sus cómplices. Hasta entonces sólo hubo palabras, que resulta más fácil encubrir, y más fácil olvidar, en la era de nuestra reproducción y diseminación digital infinitas. Así pues, las fotografías seguirán "asaltándonos", como están siendo inducidos a sentir muchos estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto "suficiente". No, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de periódicos, revistas y televisiones estadounidenses discutirán ahora que mostrar otras más, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las imágenes más conocidas, procura una visión diferente y en algunos casos más horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), sería de "mal gusto" o una acción política manifiesta? Por "político" entiéndase: crítico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush. Pues no puede haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado el señor Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las Fuerzas Armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a nuestra reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto potencia imperial- es lo que deplora sobre todo el Gobierno de Bush. Cómo es que la protección de "nuestras libertades" -y en este punto se trata sólo de la libertad de los estadounidenses, 5% de la población del planeta- precisa del despliegue de soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca ("en todo el mundo") es algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del terror. Estados Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y furtivos. La reacción ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una orgía de reproches. La publicación continuada de las imágenes está siendo interpretada por muchos estadounidenses como una indicación de que no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fanáticos) comenzaron. Ellos -¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Qué importa?- nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de Defensa, confesó su certidumbre de no ser el único miembro "más indignado por la indignación" que causó lo que exponen las fotografías. "Se sabe que estos prisioneros, explicó el senador Inhofe, "no están ahí por sanciones de tráfico. Si estos prisioneros están en el bloque 1-A o 1-B es porque son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el trato que se les da a estos individuos". La culpa es de "los medios" -llamados habitualmente "medios liberales"-, que provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los estadounidenses en el mundo. "Ellos" se vengarán de "nosotros". Morirán más estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más fotos: "su" respuesta a las "nuestras". Sería un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que alcanza los más altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinción -entre fotografía y realidad, entre política y manipulación- se puede desvanecer con facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra. También vídeos"Hay muchas más fotografías y vídeos -reconoció el señor Rumsfeld en su testimonio-. Si se difunden entre el público, este asunto, evidentemente, empeorará". Empeorará para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció el señor Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras del señor Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales tomando fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios". Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotografías se desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un cariz legalista: las fotografías se clasifican ahora como "pruebas" en causas futuras, cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer al público. Siempre se sostendrá que las imágenes más recientes, que, según se informa, contienen horrendas imágenes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, después de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con más horrendas imágenes de humillación sexual y violencia contra los prisioneros iraquíes, dijo que, en su "enérgica" opinión, las fotografías más recientes "no deberían hacerse públicas. Me parece que podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas mientras están prestando su servicio en medio de grandes peligros". Pero el impulso más decidido para restringir la disponibilidad de las fotografías provendrá del empeño incesante en proteger al Gobierno de Bush y encubrir el desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la "indignación" a causa de las fotografías con una campaña para socavar el poderío militar estadounidense y los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron por una implícita crítica de la guerra la transmisión televisada de fotografías de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasión y ocupación de Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la propagación de las nuevas fotografías que mancillen aún más la reputación -es decir, la imagen- de Estados Unidos. Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos" (George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al parecer, una imagen dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no mirarlas, habrá miles de instantáneas y vídeos adicionales. Incontenibles.
© Susan Sontag, 2004.
Traducción: Aurelio Major
Durante toda su vida, Susan Sontag ha tenido una fructífera obsesión con la fotografía. Hace poco optó por sacar unas cuantas conclusiones sobre el tema. Helas aquí.Por Susan Sontag Traducción de Aurelio Major1. La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma.2. Es la manera ineludiblemente "moderna" de mirar: predispuesta en favor de los proyectos de descubrimiento e innovación.3. Esta manera de mirar, que tiene ya una dilatada historia, conforma lo que buscamos y estamos habituados a notar en las fotografías.4. La manera de mirar moderna es ver fragmentos. Se tiene la impresión de que la realidad es en esencia ilimitada y el conocimiento no tiene fin. De ello se sigue que todos los límites, todas las ideas unificadoras han de ser engañosas, demagógicas; en el mejor de los casos, provisionales; casi siempre, y a la larga, falsas. Mirar la realidad a la luz de determinadas ideas unificadoras tiene la ventaja innegable de dar contorno y forma a nuestras vivencias. Pero también -así nos instruye la manera de mirar moderna- niega la diversidad y la complejidad infinitas de lo real. Por lo tanto reprime nuestra energía, nuestro derecho, en efecto, a refundar lo que deseamos refundar: nuestra sociedad o nosotros mismos. Lo que libera, se nos dice, es notar cada vez más cosas.5. En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de imágenes acerca de lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea "real"; y sin cesar ensancha los límites de lo real. Se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o conflictos sociales no cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde vive el espectador.6. En la manera de conocer moderna, debe haber imágenes para que algo se convierta en "real". Las fotografías identifican acontecimientos. Las fotografías les confieren importancia a los acontecimientos y los vuelven memorables. Para que una guerra, una atrocidad, una epidemia o un denominado desastre natural sean tema de interés más amplio, han de llegar a la gente por medio de los diversos sistemas (de la televisión e internet a los periódicos y revistas) que difunden las imágenes fotográficas entre millones de personas.7. En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual resulta siempre cambiante. Una fotografía registra lo aparente. El registro de la fotografía es el registro del cambio, de la destrucción del pasado. Puesto que somos modernos (y si tenemos la costumbre de ver fotografías somos, por definición, modernos), sabemos que las identidades son construcciones. La única realidad irrefutable -y nuestro mejor indicio de identidad- es cómo aparece la gente.8. Una fotografía es un fragmento: un vislumbre. Acopiamos vislumbres, fragmentos. Todos almacenamos mentalmente cientos de imágenes fotográficas, dispuestas para la recuperación instantánea. Todas las fotografías aspiran a la condición de ser memorables; es decir, inolvidables.9. Según la perspectiva que nos define como modernos, hay un número infinito de detalles. Las fotografías son detalles. Por lo tanto, las fotografías se parecen a la vida. Ser moderno es vivir hechizado por la salvaje autonomía del detalle.10. Conocer es, sobre todo, reconocer. El reconocimiento es la modalidad del conocimiento que ahora se identifica con el arte. Las fotografías de las crueldades e injusticias terribles que afligen a la mayoría de las personas en el mundo parecen decirnos -a nosotros, que somos privilegiados y estamos más o menos a salvo- que deberíamos sublevarnos, que deberíamos desear que algo se hiciera para evitar esos horrores. Hay, además, otras fotografías que parecen reclamar un tipo de atención distinto. Para este conjunto de obras en curso, la fotografía no es una suerte de agitación social o moral, cuya meta sea incitar a que sintamos algo y actuemos, sino una empresa de notación. Observamos, tomamos nota, reconocemos. Ésta es una manera más fría de mirar. La manera de mirar es lo que identificamos como arte.11. La obra de los mejores fotógrafos comprometidos socialmente es a menudo condenada si se parece demasiado al arte. Y a la fotografía tenida por arte se le puede condenar de modo paralelo: marchita la emoción que nos llevaría a preocuparnos. Nos muestra acontecimientos y circunstancias que acaso deploremos y nos pide que mantengamos distancia. Nos puede mostrar algo en verdad horripilante y ser una prueba de lo que es capaz de tolerar nuestra mirada y que se supone que debemos aceptar. O a menudo simplemente nos invita -y esto es cierto en casi toda la fotografía contemporánea más brillante- a fijar la vista en la banalidad. Fijar la vista en la banalidad y también paladearla, recurriendo precisamente a los mismos hábitos de la ironía que se afirman mediante la surrealista yuxtaposición de consabidas fotografías en las exposiciones y libros más refinados.12. La fotografía -insuperable modalidad del viaje, del turismo- es el principal medio moderno de ampliación del mundo. En cuanto rama del arte, la empresa fotográfica que hace más amplio el mundo tiende a especializarse en temas al parecer provocadores, transgresores. La fotografía puede estar diciéndonos: esto también existe. Y eso. Y aquello. (Y todo es "humano".) Pero ¿qué hemos de hacer con este conocimiento, si acaso es un conocimiento, digamos, del ser, de la anormalidad, de mundos marginados, clandestinos?13. Llámese conocimiento, llámese reconocimiento; de algo podemos estar seguros acerca de esta modalidad, singularmente moderna, de toda vivencia: la mirada, y el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse.14. No hay fotografía definitiva.© S. S. o Wylie Agency. Tomado de la revista "El Malpensante"
Por Susan Sontag
Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes. Necesita suministrar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la compra y anestesiar las lesiones de clase, raza y sexo. Y necesita reunir cantidades ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos naturales, incrementar la productividad, matener el orden, hacer la guerra, dar trabajo a los burócratas.Las capacidades gemelas de la cámara, para subjetivizar la realidad y para objetivarla, sirven inmejorablemente a estas necesidades y las refuerzan. Las cámaras definen la realidad de las dos maneras esenciales para el funcionamiento de una sociedad industrial avanzada: como espectáculo (para las masas) y como objeto de vigilancia (para los gobernantes). La producción de imágenes también suministra una ideología dominante. El cambio social es reemplazado por cambios en las imágenes. La libertad para consumir una pluralidad de imágenes y mercancías se equipara con la libertad misma. La reducción de la opción política libre al consumo económico económico libre requiere la producción y el consumo ilimitado de imágenes.
Las fotografias, un modo de certificar la experiencia, tambien son un modo de rechazarla: al limitar la experiencia a una busqueda de lo fotogénico, al convertir la experiencia en una imagen, un souvenir. El viaje se transforma en una estrategia para acumular fotografías. La actividad misma de fotografiar es tranquilizadora, y atempera esa desazón general que se suele agudizar en los viajes. La mayoría de los turistas se sienten constreñidos a poner la cámara entre ellos y cualquier cosa notable que encuentren. Al no saber como reaccionar, fotografían. Así la experiencia cobra forma: ¡alto!, una fotografía, ¡adelante!. El método seduce especialmente a gentes sometidas a una ética laboral implacable: alemanes, japoneses y norteamericanos. La utilización de una cámara aplaca la ansiedad que sufren los obsesionados por el trabajo por no trabajar cuando están en vacaciones y presuntamente divirtiéndose. Cuentan con una tarea que parece amigable imitación del trabajo: tomar fotografias. Los pueblos despojados de su pasado parecen los entusiastas más fervientes de la fotografía, en su país y en el exterior.Susan Sontag Sobre la Fotografía, Edhasa. (pag.20) "He tenido que hacer frente a distintas guerras" Por Pablo Gámez
Ante el dolor de los demás
Por Susan Sontag
La escritora y activista estadounidense Susan Sontag, quien el año pasado recibió los premios Príncipe de Asturias de las Letras, y el de la Paz, concedido este último por los libreros alemanes, da a conocer su nueva novela en español, Ante el dolor de los demás, publicada por Alfaguara, en la que con su característica sagacidad literaria y lucidez de pensamiento explora las atrocidades de la guerra. Con autorización de la editorial ofrecemos a nuestros lectores un adelanto del libro de Sontag La primera tentativa de gran alcance de documentar un conflicto la emprendió unos años más tarde, durante la guerra de Secesión de Estados Unidos, una casa fotográfica que dirigía Mathew Brady, el cual había hecho varios retratos oficiales del presidente Lincoln. Las fotografías bélicas de Brady -que en su mayoría hicieron Alexander Gardner y Timothy O'Sullivan, si bien su empleador se llevaba siempre el crédito- mostraban temas convencionales, como campamentos en los que residen soldados de infantería y oficiales, poblaciones en la ruta del conflicto, artillería, buques, así como las muy célebres de soldados unionistas y confederados muertos que yacen sobre el terreno bombardeado de Gettysburg y Antietam. Si bien el acceso al campo de batalla fue un privilegio que el propio Lincoln concedió a Brady y su equipo, los fotógrafos no fueron comisionados como lo había sido Fenton. Su prestigio se desarrolló de un modo más norteamericano, pues el patrocinio nominal del gobierno cedió el paso al vigor de las motivaciones empresariales y la autonomía. La justificación primera de estas fotos de soldados muertos, inteligibles hasta la brutalidad y que manifiestamente violaban un tabú, fue el deber elemental de dejar constancia. ''La cámara es el ojo de la historia", es la supuesta declaración de Brady. Y la historia, evocada como verdad inapelable, se alió con el creciente prestigio de una idea según la cual determinados temas precisan de atención adicional, denominada realismo, y que pronto tuvo mayores defensores entre los novelistas que entre los fotógrafos. En nombre del realismo, estaba permitido -se exigía- mostrar hechos crudos y desagradables. Semejantes fotos también transmiten ''una moraleja útil" al mostrar ''el horror nítido y la realidad de la guerra, en contraste con su boato", escribió Gardner en el texto que acompaña la foto de O'Sullivan de los soldados confederados caídos, con sus rostros agónicos dirigidos al espectador, en el álbum de sus imágenes y de otros fotógrafos de Brady que publicó después de la guerra. (Gardner dejó su empleo con Brady en 1863). ''¡Aquí están los espantosos pormenores! Que sirvan para evitar que otra calamidad semejante se abata sobre nuestra nación". Pero la franqueza de las fotos más memorables del Gardner's Photographic Sketch Book of the War [Libro de bocetos fotográficos de la guerra de Gardner] (1866) no implica que él y sus colegas hubieran fotografiado necesariamente a los sujetos tal como los encontraron. Fotografiar era componer (poner sujetos vivos, posar) y el deseo de arreglar los elementos de la foto no desapareció porque el tema estuviera inmovilizado o inmóvil. No debería sorprender entonces que muchas imágenes canónicas de las primeras fotografías bélicas hayan resultado trucadas o que sus objetos hayan sido amañados. Después de llegar al muy bombardeado valle en las proximidades de Sebastopol en un cuarto oscuro tirado por caballos, Fenton hizo dos exposiciones desde idéntica posición del trípode: en la primera versión de la célebre fotografía que tituló El valle de la sombra de la muerte (a pesar del título, la Brigada Ligera no emprendió su fracasada carga en este paraje), las balas de cañón se acumulan en el suelo a la izquierda del camino, pero antes de hacer la segunda foto -la que siempre se reproduce- vigiló que las balas de cañón se dispersaran sobre el camino mismo. Una de las fotos de un sitio desolado donde en efecto había habido muchos muertos, la imagen que hizo Beato del devastado palacio Sikandarbagh, supuso un arreglo mucho más minucioso de su asunto, y fue una de las primeras representaciones fotográficas de lo horrendo en la guerra. El ataque se había efectuado en noviembre de 1857, y al terminar las tropas británicas victoriosas y las unidades indias leales registraron el palacio salón por salón, pasando a bayoneta a los 800 defensores cipayos sobrevivientes, los cuales ya eran sus prisioneros, y arrojando sus cadáveres al patio; los buitres y los perros hicieron el resto. Para la fotografía que tomó en marzo o abril de 1858, Beato construyó las ruinas como un campo de insepultos, situando a algunos nativos junto a dos columnas al fondo y distribuyendo huesos humanos por el patio. Al menos eran huesos viejos. Ahora ya se sabe que el equipo de Brady dispuso de nuevo y desplazó a algunos de los muertos frescos en Gettysburg: la fotografía titulada La guarida de un francotirador rebelde, Gettysburg muestra de hecho a un soldado confederado muerto, trasladado de donde había sido abatido en el campo a un sitio más fotogénico, un recoveco formado por varias rocas que rodean una barricada de piedras, y se incluye un fusil de utilería que Gardner apoyó en la barricada junto al cuerpo. (No parece haber sido el fusil especial que un francotirador habría usado, sino el de un soldado de infantería común; Gardner no lo sabía o no le importó). Lo extraño no es que muchas fotos de noticias, iconos del pasado, entre ellas algunas de las más recordadas de la Segunda Guerra Mundial, al parecer hayan sito trucadas; sino que nos sorprenda saber que fueron un truco y que ello siempre nos decepcione. Descubrir que las fotografías que al parecer son registro de clímax íntimos, sobre todo del amor y de la muerte, están construidas nos consterna especialmente. Lo significativo de Muerte de un soldado republicano es que es un momento real, captado de modo fortuito; pierde todo valor si el soldado que se desploma resulta que estaba actuando ante la cámara de Capa. Robert Doisneau nunca declaró explícitamente que la fotografía para Life de una joven pareja que se besa en una acera cerca del Hôtel de Ville parisino en 1950 tuviera la categoría de instantánea. Sin embargo, la revelación, más de 40 años después, de que la foto había sido una escenificación con una mujer y un hombre contratados por ese día a fin de que se besuquearan ante Doisneau provocó muchos espasmos de disgusto entre quienes la tenían por una visión preciosa del amor romántico y del París romántico. Queremos que el fotógrafo sea un espía en la casa del amor y de la muerte y que los retratados no sean conscientes de la cámara, se encuentren con ''la guardia baja". Ninguna definición compleja de lo que es o podrá ser la fotografía atenuará jamás el placer deparado por una foto de un hecho inesperado que capta a mitad de la acción un fotógrafo alerta. Si damos por auténticas sólo las fotografías resultantes de que el fotógrafo se encuentre en las proximidades, con el obturador abierto, justo en el momento preciso, se podrán considerar pocas imágenes de la victoria. Tómese la acción de hincar una bandera en una colina mientras la batalla toca a su fin. La célebre fotografía del levantamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima el 23 de febrero de 1945 resulta ser una ''reconstrucción" de un fotógrafo de la Associated Press, Joe Rosenthal, de la ceremonia matutina del levantamiento de la bandera que siguió a la captura del Monte Suribachi, reconstruida aquel mismo día pero más tarde y con una bandera más grande. La historia de otra imagen de la victoria, también icónica, que el fotógrafo de guerra soviético Yevgeny Khaldei tomó de soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag, mientras Berlín aún arde el 2 de mayo de 1945, es que la proeza se organizó ante la cámara. El caso de una fotografía optimista, muy difundida, hecha en Londres en 1940 durante el blitz es más complejo, pues el fotógrafo, y por ello las circunstancias de su realización, son desconocidas. La foto muestra, a través de una pared faltante de la biblioteca sin techo y absolutamente arruinada de la mansión Holland, a tres caballeros de pie sobre los escombros, más o menos apartados unos de otros frente a dos paredes de estanterías milagrosamente intactas. Uno mira los libros; otro engancha el dedo en el lomo de uno que está a punto de retirar del anaquel; otro más, libro en mano, lee: la elegante composición del cuadro tiene que haber sido dirigida. Es grato imaginar que la foto no es la invención a partir de cero de un fotógrafo merodeando por Kensington después de un ataque aéreo, el cual había llevado a tres individuos para interpretar a tres curiosos impertérritos cuando descubrió la biblioteca de la gran mansión jacobea cercenada y a la vista, sino más bien que los tres caballeros habían sido vistos satisfaciendo sus apetitos librescos en la mansión destruida y el fotógrafo había hecho poco más que espaciarlos de modo distinto a fin de conseguir una foto más mordaz. En todo caso, la fotografía conserva el encanto y la autenticidad de la época que celebra un ideal ya desaparecido de entereza nacional y sangre fría. Con el tiempo, muchas fotografías trucadas se convierten en pruebas históricas, aunque de una especie impura, como casi todas las pruebas históricas. Sólo a partir de la guerra de Vietnam hay una certidumbre casi absoluta de que ninguna de las fotografías más conocidas son un truco. Y ello es consustancial a la autoridad moral de esas imágenes. La fotografía de 1972 que rubrica el horror de la guerra de Vietnam, hecha por Huynh Cong Ut, de unos niños que corren aullando de dolor camino abajo de una aldea recién bañada con napalm estadounidense, pertenece al ámbito de las fotografías en las que no es posible posar. Lo mismo es cierto de las más conocidas sobre la mayoría de las guerras desde entonces. Que a partir de la de Vietnam haya habido tan pocas fotografías bélicas trucadas implica que los fotógrafos se han atenido a normas más estrictas de probidad periodística. Ello se explica en parte quizá porque la televisión se convirtió en el medio que definía la difusión de las imágenes bélicas en Vietnam y porque el intrépido fotógrafo solitario con su Leica o Nikon en mano, operando sin estar a la vista buena parte del tiempo, debía entonces tolerar la proximidad y competir con los equipos televisivos: dar testimonio de la guerra ya casi nunca es un empeño solitario. En sus aspectos técnicos las posibilidades de arreglar o manipular electrónicamente las imágenes son mayores que nunca, casi ilimitadas. Pero la práctica de inventar dramáticas fotos noticiosas, de montarlas ante la cámara, parece estar en vías de volverse un arte perdido.
José Antonio GURPEGUI
DOSSIER IRAK -
Al presentar su nuevo libro, la escritora Susan Sontag recuerda las atrocidades de la guerra La polémica escritora estadounidense Susan Sontag, quien presenta estos días su nuevo libro, Ante el dolor de los demás, niega ser pacifista, pero condena las atrocidades de la guerra y los mecanismos que la desencadenan y legitiman desde los centros del poder, adonde sus horrores nunca llegan. Escribe José Andrés Rojo en la edición de EL PAÍS del 29 de octubre de 2003: "Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan", escribe Susan Sontag ya casi al final de su último libro, Ante el dolor de los demás (Alfaguara). Y un poco más adelante explica que esas imágenes dicen: "Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides". No lo olvides, recuérdalo, conoce lo que la guerra es, mira tanto dolor y tanto absurdo y tanta desolación. Sontag (Nueva York, 1933) se ha sumergido de lleno en el horror de la guerra en las 146 páginas de este contundente ensayo para reflexionar qué ocurre allí en los lejanos campos de batalla y qué pasa en el otro lado del mundo, donde no pasa nada, cuando se sabe de la brutalidad y la muerte. Lo ha hecho a través del hilo conductor de la fotografía, de esas imágenes que tienen el poder de "captar una muerte cuando en efecto está sucediendo y embalsamarla para siempre". Son ya cuarenta años los que lleva Susan Sontag publicando libros, desde que en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. Y ya no ha parado y no tiene idea de detenerse. Sigue cultivando la ficción (En América es su última novela), y no deja de escribir ensayos, proyecta realizar otra película y también dos obras de teatro. La guerra no le ha sido ajena: estuvo como periodista en Vietnam y montó, durante el asedio a Sarajevo, Esperando a Godot. En 1977 publicó Sobre la fotografía. Su vitalidad, su compromiso cívico, la radicalidad de su mirada han sido objeto recientemente de dos importantes reconocimientos, el Premio de la Paz, en Francfort, y el Príncipe de Asturias. Pregunta - "La belleza será convulsa o no será", decía André Breton, y reclamaba un arte que conmocionara. Las imágenes de la guerra también conmocionan. ¿Qué hay, sin embargo, de diferente en ambas formas de expresión? Respuesta - Creo que la fotografía es también un arte, así que no tendría que haber diferencias entre ambas formas de expresión. Lo que sí querría señalar es que éste no es un libro sobre fotografía. Es un libro que trata de la guerra. Por tanto, no debe pensarse que después de unos años he vuelto sobre el viejo tema que traté ya en Sobre la fotografía. Allí me pregunté por lo que las imágenes eran, por la forma en que nos influyen, por el espíritu que consiguen atrapar. Esta vez empiezo por la guerra, está ahí, existe, y me pregunto qué es lo que saben de ella quienes no tienen una experiencia directa de su horror. ¿Qué pueden saber, cómo pueden conocerla? En Ramala y Bagdad saben qué significa, pero en París y en Madrid, por ejemplo, ¿qué les llega de todo aquello? P. - Entonces surgen las imágenes. ¿No existe el problema de que terminen por saturar y no digan ya nada? R. - Sí, está esa teoría de que todo es un gran espectáculo, de que la realidad ha desaparecido, de que estamos sumergidos en una tormenta de imágenes que consumimos sin más. Se dice que todas esas atrocidades dejan de serlo por la saturación que se produce cuando han aparecido tantas veces. Pero no estoy de acuerdo. Creo que la gente distingue perfectamente entre la realidad y el espectáculo. Por muy adictos que seamos a consumir imágenes, todavía existe la posibilidad de tomar distancias frente al horror. P. - Empieza el libro contando que Virginia Woolf, en Tres guineas, proponía a un eminente abogado londinense observar las imágenes de la Guerra Civil Española, para saber "si al mirar las fotografías sentimos lo mismo". R. - Bueno, empecé por Virginia Woolf porque por algún lado tenía que empezar. Lo que ocurre a finales de los años treinta, la época en la que ella escribe, es que se produce un drástico cambio en la manera en que los reporteros cubren las guerras. Antes de la Guerra Civil Española se habían fotografiado muchos conflictos, pero siempre antes o después, durante los preparativos o cuando los campos estaban ya llenos de cadáveres. Es entonces, y ahí está la mítica foto de Robert Capa del miliciano que cae en el frente de Aragón, cuando los fotógrafos empiezan a captar imágenes durante el desarrollo de las batallas. Lo que Virginia Woolf ve son las atrocidades causadas por los bombardeos de la aviación franquista sobre la población civil. Y son imágenes que le llegaban a ella por correo, no aparecían aún en los periódicos. P. - ¿Cree que es muy diferente la forma en que hombres y mujeres entienden la guerra? R. - Bueno, ésa era la cuestión que planteaba inicialmente Virginia Woolf, aunque luego la abandonaba. El caso es que sí, la guerra está imbuida de una serie de valores tradicionalmente asociados al mundo masculino: la virilidad, la fuerza, el coraje, la fortaleza de aprender a sufrir sin sentir compasión. Quizá los hombres no disfruten en los combates, pero sí disfrutan con lo que la guerra desencadena: la movilización y todo eso. El mundo femenino está, en cambio, asociado a la protección, a la compasión, al interés por lo que ocurre con otras personas. Forma parte de su socialización. Pero la guerra también la hacen hoy las mujeres. La ordenan, como hizo Margaret Thatcher, o participan en ella: hay un alto porcentaje de mujeres en las tropas estadounidenses. P. - Habla en el libro de un momento en que simplemente ya no se reconoce el sufrimiento, sino que se protesta contra él. R. - La imagen de la portada del libro ha sido una elección personal. Es un aguafuerte de Goya que pertenece a su serie de Los desastres de la guerra. Ayer mismo, nada más llegar, fui al Prado para volver a ver las obras de Goya, que me siguen impactando profundamente. Es un artista decisivo, a partir del cual se produce un cambio radical en la manera de ver la guerra. Los pies que figuran debajo de cada imagen dicen cosas como No se puede mirar, ¡Esto es lo peor!, ¡Qué locura! Ya no se puede permanecer al margen. A partir de su obra, no podemos callar frente a la barbarie de la guerra. P. - Lo difícil es encontrar el camino de hacerlo... R. - Llevamos ya mucho tiempo sabiendo del sufrimiento por los cuadros de muchos pintores. El cristianismo, y no otras religiones, nos ha enseñado que Jesús es un hombre que sufre, y aparece cargado de dolor, con sus heridas perfectamente visibles. Y ha hecho bien: así sabemos lo que los hombres son capaces de hacer con otros hombres. Ahora sigue ocurriendo, nada ha cambiado. En Ruanda, un país apenas más grande que Andalucía, en seis semanas fueron masacradas 800.000 personas. Es terrible. A veces no se puede ser pacifista. Yo no soy pacifista. Por desgracia, hay momentos en que una intervención militar puede detener un genocidio, o por lo menos puede mitigarlo. Es necesario hacer lo que sea para frenar una masacre. Lo que no puede ser es que estas cosas ocurran y un tiempo después los genocidas sigan ahí, como si aquello perteneciera ya al pasado, como si fuera posible olvidarlo. P. - Hace cuarenta años publicó su primer libro. ¿Qué piensa, cómo se siente respecto a lo que ha escrito desde entonces? R. - Es una pregunta en la que ni siquiera quiero pensar. No soy yo quién debe evaluar mi literatura.Además no es algo acabado, estoy en la mitad de un camino que me lleva de una cosa a otra.P. - ¿Cuáles son sus nuevos proyectos? R. - Trabajo en una nueva novela. Quiero también escribir una reflexión sobre la enfermedad, tengo pendientes dos piezas de teatro y hacer una película, algo en lo que no me embarcaba desde los años setenta. De todas formas, yo no soy una escritora que se dedica exclusivamente a escribir. Mucha gente cuando llega a los 40 piensa que ya no le queda nada por hacer, salvo divorciarse, y cuando ya lo ha hecho, considera que sólo le queda trabajar. Yo creo que el mundo sigue lleno de posibilidades y me gusta vivir, ver las cosas que pasan, saber del mundo, conocer nuevos lugares. Creo que estoy ahora en el mejor momento de mi carrera. Estoy muy orgullosa de lo que he escrito cuando era joven, pero me ocurre como a muchos pintores y compositores, que es en la madurez cuando dan lo mejor de sí mismos. Salvo excepciones, en la literatura no suele ocurrir lo mismo. Muchos escritores dan lo mejor en sus primeras obras. P. - Terminemos con su reciente visita a Oviedo. Compartió premio con Fátima Mernissi, que comentó que usted no sabía nada del mundo árabe. R. - Estoy muy contenta con el premio, me ha encantado conocer la ciudad y la naturalidad y elegancia de la Reina y el Príncipe. Quizá la única crítica que pueda hacer es que concedan el mismo premio a autores tan diferentes, como Fátima Mernissi y yo, o Kapuscinski y Gustavo Gutiérrez. Si todos se lo merecen, por qué no darlo a un único autor. Se evitarían situaciones incómodas. Me contaron que Mernissi pensaba que yo era una más de tantas americanas que nada saben del mundo árabe y que por tanto no conocía su obra. Pero yo sí sabía de ella, no soy una americana más.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Estoy en la busqueda de la conceptualizacion.. para mi TP3

Sabia que existían las guerras en Irak, pero las imagenes de la cárcel son algo nuevo para mi nunca había escuchado, ni visto nada de ello. Los sucesos, tanto como las fotos no dejan de sorprenderme y atormentarme; ¿como puede ser que en el mundo hay gente, que con tanta bajeza le rinde honor al poder que posee, denigrando, y matando todos y los derechos de la humanidad .... e incluso a esta.?
En este escrito, podemos leer la opinión del autor sobre el horror de los sucesos en la cárcel de Abu Ghraib, esto me pareció interesante ya que estuve buscando desde el contexto y desde el poder para realizar la conceptualizacion de mi trabajo, si bien me parece acertado también tomarlo desde el voyerismo... veré que rumbos toma mi trabajo.
Abu Ghraib
Opinión - 03/06/2004 0:00 - Autor: Málika al-Yerrahi - Fuente: Webislam


Contempla esa multitud de seres humanos involucrados seriamente en la batalla. ¿Alguien recuerda que todo ese despliegue surgió a partir de pensamientos, quizá de la mente de un solo hombre? Se eriza la piel. El cuerpo se sobrecoge con la crueldad que expresan las imágenes de Irak de estos últimos días, verdaderos testimonios del horror. Se vuelve cada vez más difícil de soportar la creciente dosis de violencia que atraviesa la cotidianeidad. Se hacen elusivos los sentidos y la intensidad sagrada de la existencia humana. La violencia se muestra hiriente, ofensiva, susurrando mensajes engañosos como que ser víctima o victimario es un destino sin salida, o una elección obligatoria. Nos engañaríamos si interpretamos que nuestra naturaleza humana es fielmente representada por las expresiones dominantes, territoriales, insensatas del nivel más bajo de conciencia. O si diéramos por buena su amenazante enseñanza velada: que es una posibilidad real que se nos arrebate la humanidad a través de infligirnos humillaciones y dolores indescriptibles. O a la inversa, que podemos por la misma vía retirar o consumir la humanidad de otro. Se hace difícil no salir corriendo ante este tipo de embestidas fantasmagóricas del mundo convencional. Estos fantasmas hambrientos se alimentan, no tanto de arrebatarnos lo que no puede arrebatarse, sino de la energía que se produce por el terror y la inmovilidad cuando creemos posible esta amenaza. La vida de la humanidad, como un flujo de misericordia iridiscente, transita por terreno sagrado. Y entre los misteriosos paisajes que atraviesa en el tiempo están aquéllos en que una parte de ella experimenta directamente situaciones de extremo dolor. En ocasiones de verdadero martirio. La sabiduría profunda que se ofrece al corazón humano desde la fuente de la vida, es el alimento que lo fortalece y le permite el discernimiento. Y la guía que se deriva de la enseñanza nos lleva a través de los delirios del mundo convencional —que pretenden limitar la experiencia humana— y de la soberbia del poder que nos construye una identidad empequeñecida, que no tiene descanso. Pesa sobre ella la alerta constante de la defensa y los terrores del daño. El solo hecho de ver los noticieros de cada día implica ya saturar los ojos con imágenes que disturban. Invasiones; edificios tirados; intentos por borrar la historia que nos hace diversos, únicos como comunidades o como seres individuales; los resultados de las supuestas confusiones entre objetivos militares y civiles; masacres realizadas desde el aire o a control remoto; madres y padres cargando niños muertos o heridos; decapitaciones; mutilación y quemazón de muertos; destrucción sistemática de viviendas; adolescentes-bomba; viudas, huérfanos y mutilados en desamparo; atentados sangrientos; países completos que se perfilan como el espacio para el confinamiento global de los hambrientos y los enfermos; niños que se enfrentan a pedradas a los tanques de guerra, y ahora, las fotos y los videos de la tortura infligida a los presos en Irak en verdaderos campos de concentración. Queda por enumerar un devastador etcétera. Que incluye las imágenes que se han vuelto tan familiares que ya no podemos leer en ellas. Que muestran los padecimientos que impone el alto registro de violencia validado por la mente y el mundo convencional como natural o necesario. Y aquellas otras que son signos del aval individual que se otorga al abrir el espacio interior para que se reproduzcan allí la injusticia, el racismo, el miedo, la venganza y la culpa, la vergüenza y su retribución. Las imágenes actuales ciertamente plasman aspectos de procesos sociales e históricos muy complejos. Y aunque de ninguna manera nos den un reflejo veraz del maravillosamente exaltado corazón de la humanidad, sí dan cuenta con mucha elocuencia y detalle del rostro empequeñecedor y agrio del mundo convencional. Del sometimiento ilimitado que el poder aspira a imponer a través de las dinámicas que le son propias. Las imágenes condensan profundos sentidos. Algunos que apuntan hacia nuestra verdadera naturaleza, fundamentalmente compasiva y amororsa, y otros que evidencian las alucinaciones que produce el yo limitado, la identidad autocentrada que se rige por las interpretaciones y designios del mundo convencional, incansable productor de negación del amor. Los sucesos que se fijan en las fotografías y videos del campo de concentración Abu Ghraib son un ejemplo abrumador. (No se puede nombrar cárcel a un espacio escogido a propósito —antes y después de la invasión— para el ejercicio punitivo e indiscriminado del poder sobre el cuerpo, la psique y la emoción de la humanidad.) Lo que se exhibe en esos documentos es una serie de retratos del rostro del poder jerárquico sin velos glamorosos, sin discursos adormecedores, sin afeites ni disimulos de ninguna especie. La violencia, con todos sus registros y grados, es lo que constituye ese rostro. Quizá ver estas fotografías someta a nuestros sentimientos a una transformación en cascada. Posiblemente vayamos de la piedad a la indignación, del asombro a la ira, de la desesperanza al odio, de la tristeza a la rebelión, del miedo a la frustración. Pero el dolor permanece igual a sí mismo ante la exhibición de la crueldad y la violencia descargadas sobre esos cuerpos anónimos que, precisamente por ser anónimos, nos enfrentan más íntimamente a la semejanza. Abrazar el dolor, verlo venir no del miedo sino del amor profundo que nos constituye, permite atravesar esta exhibición de sufrimiento y atestiguar que los cuerpos desnudos están en realidad arropados y que los que lucen vestimentas han quedado dramáticamente desposeídos. Se pretende que los sucesos en Abu Ghraib son el resultado del malentender de un puñado de militares, y que por lo tanto son episodios aislados y de excepción. Pero se trata más bien de un fenómeno constitutivo del poder. Dolorosamente, la tortura y la humillación, son actividades sistemáticas. Puede ser que no se exhiban como práctica abierta más que en contextos de guerra —sucia o declarada—, pero siempre están presentes —de forma velada o explícita— en el ejercicio del poder. Los personajes militares fotografiados es muy probable que no sean gente monstruosa. Y esto es lo más impactante. Quizá se trate de militares grises, a los que simplemente se les dio el espacio y la oportunidad de retribuir lo que han consumido en grandes dosis. Violencia. Odio y venganza, materiales necesarios en la construcción de enemigos ficticios y superlativamente peligrosos. Miedo, la argamasa que une todos los prejuicios que disfrazarán con inhumanidad a ese enemigo. ¿Qué implica suponer que la mayoría de los que participaron de esas tareas de tortura alrededor de los expertos era gente común, gris? Lo mismo aplicaría entonces para muchos de los nazis de la segunda guerra mundial, para los que participaron y participan en los campos de tortura en América Latina, para los que operan los aviones que atacan asentamientos palestinos, para los que manejan las máquinas que destruyen sus casas, para los que están frente a los prisioneros iraquíes provocando dolor así como para los que miran cómo lo hacen —de brazos cruzados o con guantes, como se ve en el video y en las fotos. ¿Podemos imaginarnos la carga de violencia contenida en estos militares? Ni siquiera les resulta difícil, por decir lo menos, ejercer crudamente las humillaciones y torturas que se les solicitan “para ablandar” y “preparar” a los presos para futuros interrogatorios. ¿Qué debemos suponer entonces que implica el tal interrogatorio que realizan los verdaderos expertos? Que no dieron su cara a las cámaras, pero que resultó perfectamente retratada allí la estremecedora presencia de sus mentes en la tutela ejercida por sus especialidades. La afirmación de que estos militares sean gente gris dentro de las fuerzas armadas, no niega su grave responsabilidad por las acciones y complicidades. Ni tampoco la de quienes ocupando puestos de responsabilidad —nacional o local— están a cargo de la planeación, la supervisión y la ejecución de políticas de sometimiento. Tampoco se trata de un mecanismo de huida ante el dolor que importa ver esas imágenes, o ante el temor y sobrecogimiento que supondría reconocer a alguien amado en esa situación o imaginarnos en ella a nosotros mismos (que Dios libre a toda la humanidad de este tipo de experiencia y sane las heridas punzantes que sus asperezas ha provocado). Lo que se señala es que lo gris de esos hombres y mujeres, sus víctimas, y el horror de la tortura, la crueldad y la humillación en esas escenas no son, como podría parecer, inasociables entre sí. Por el contrario, se corresponden perfectamente dentro de la lógica del poder jerárquico y punitivo, cuya cualidad fundamental es la de confundir la visión y colocar fuera del ser humano lo que sólo puede hallar dentro. Por las relaciones que implanta el poder sólo puede circular libremente la violencia. La promovida por el mundo convencional, el gran generador de prejuicios, intolerancias, miedo extremo, negación persistente del amor, etc. La mayoría de sus postulados, al oírlos y verlos en prácticas cotidianas sin demasiada carga o tensión, pueden parecernos inofensivos e incluso el material de buenos chistes. Pero sin embargo la conciencia de sus contenidos literales nos haría derramar lágrimas, como ocurre con las fotos de Abu Ghraib. La compasión, el amor, la solidaridad, y todos los atributos que nos hacen verdaderamente humanos y son parte de nuestra identidad original, irrenunciable, circulan a contramano en los dominios de las relaciones de poder. Si insistimos en ellos, nos ofrecen alternativas, nos liberan de las relaciones asentadas en la imposición de asimetrías. Nos abren a nuevas formas de relación donde la circulación es amorosa, entre pares que reconocen su especificidad y sus rasgos únicos, irrepetibles. Este tipo de relación basada en que la dignidad humana es constitutiva, en la no aceptación de la violencia, en la celebración de la diversidad, en la imposibilidad de ceder o transferir la propia responsabilidad, etc., desorienta la racionalidad del poder. Para el poder jerárquico, la vergüenza o la humillación parece ser un tributo, que como obligación, debe rendir el enemigo —o simplemente el designado como culpable por ese poder. Tiene la autorización —como un derecho tácito venido de autoesgrimirse como defensor o dueño de la verdad— para la replicación del supuesto o real dolor causado, hasta obtener el arrepentimiento y la transformación o la muerte. Esta parece ser una lógica que se presenta repetidamente en los abusos a los que llega “naturalmente” el poder. Entre las mentiras que circulan por la corriente subterránea de esta lógica, figura aquella en que se afirma la animalidad como naturaleza verdadera de los seres humanos. Que nos hace desbocados, peligrosos, violentos, etc., y por tanto, se vuelve imprescindible el uso de un poder jerárquico que administre distintos grados de violencia punitiva para que esa animalidad se mantenga en cintura. Por lo tanto, no faltan las voces que empiezan a decir que ya no hay que seguir dando tanta importancia a los sucesos en el campo de concentración iraquí, que fue una desgracia, pero que sin duda ya no volverá a repetirse. Posiblemente este tipo de reacción lejos de ayudar a procesar la experiencia, sirva inadvertidamente de alimento para las dinámicas del poder sobre las que reflexionamos. Quizá sólo exponiendo bajo la luz de la conciencia el cúmulo de afirmaciones y negaciones del mundo convencional que nos atraviesa, y que guían mucha de nuestra acción de forma velada, pueda atraer clarificación sobre este momento de dificultad. Lo que suele definirse como lo natural, lo humano, lo cotidiano, lo bueno y lo malo desde el mundo convencional, está construido sobre relaciones de poder que se sirven de la imposición de lugares asimétricos, de prejuicios, valores, deberes, aspiraciones y normas, como herramientas de control. Para hacernos creer que hemos perdido el poder real que contenemos, que se levanta desde un sustrato fundamental intensamente amoroso y con un profundo sentido sagrado, y que expresamos de manera más intensa como comunidad. Este poder de naturaleza divina que reside en nuestros corazones es imposible de arrebatar, ni siquiera a través del crimen. Y es también imposible de replicar con la voluntad, ni siquiera a través de sentir que puede tomarse una vida humana o de una gran acumulación de bienes. Vemos en las fotos —y en los documentos oficiales que ya están apareciendo ante la mirada pública— lo que este poder concibe como los castigos merecidos. Una sucesión de actos y palabras que llevan al extremo su contenido de violencia. La intención de generar un registro del miedo insoportable para convencerse de la ilusión de haber reducido los signos de humanidad en esos hombres y mujeres. Los militares descargan sin el más mínimo pudor tal violencia después de haber alejado a sus víctimas de los espacios que conciben como la residencia de la dignidad humana. Lugares que el mundo convencional ubica fuera del ser humano. Convenientemente, para su reproducción, es exterior y puede, por lo tanto ser manipulada, retirada o de plano robada. Pero esto no es lo que nos dicen las enseñanzas de los distintos universos sagrados. Ésta desde luego no es la enseñanza del Islam. Más bien se nos previene de las distorsiones que se generan en la visión, en la interpretación de las experiencias, a partir de nuestro sometimiento a postulados del mundo convencional o de la credulidad irresponsable en ellos. La dignidad del ser humano no puede retirarla externamente de nosotros una mano humana. Y, como en este caso, el trato verdaderamente indigno con el que se victimiza a esos presos, no les da indignidad a ellos —aunque seguramente sintieron el profundo sufrimiento que ocasiona sentir humillación— sino que detalla y expone la indignidad de sus ejecutores. Sólo a través de exponernos al profundo conocimiento que produce el amor, extendiéndonos una y otra vez más allá de nuestros limites, y a pesar del dolor que pueda ocasionarnos el roce con el sufrimiento propio y ajeno, crecemos y nos escapamos realmente de los grilletes del mundo convencional. Dejando así, de ser reproductores de la violencia. Convirtiéndonos en verdaderos agentes de la paz. De sanación. En algún momento se hicieron declaraciones que atribuían los sucesos fotografiados a la creatividad del personal militar involucrado. ¿Acaso las milicias se caracterizan por nutrir el sentido de responsabilidad individual en los actos de su tropa? ¿no es una característica de las organizaciones e instituciones de tipo militar —incluso un refugio para la evasión de la responsabilidad sobre los propios actos— la obligatoriedad de seguir principios que desdibujan la responsabilidad individual y la voluntad?¿ Este tipo de institución no invoca el principio de obediencia para ampararse cuando se juzga a su personal por actos que atentan contra la humanidad? ¿Y desde cuándo “la creatividad” del personal militar para interpretar órdenes es algo inocente? ¿Puede ser algo más que una representación manifiesta del cuerpo de prejuicios y valores involucrados en esa guerra? ¿lo que pueda querer un soldado en una guerra tiene un lugar? ¿es institucionalmente aceptable que sea algo distinto o por fuera de las creencias construidas por el poder? ¿podrían dos o tres o cuatro soldados en una cárcel decidir que quieren, en vez de torturar, soltar a un número x de presos? Los efectos de esta violencia que se filtra en imágenes a través de los medios de comunicación y que son muestras, símbolos, de los horrores que padecen los corazones y los cuerpos en las guerras, nos alcanza e involucra a nosotros también. Aunque las dimensiones directa y mediatizada de esta violencia sean en un sentido muy distantes entre sí, en otro no lo son tanto. Son próximas en la lógica de funcionamiento del poder. Para el poder, que reclama para sí creciente centralidad y control, no es suficiente su ejercicio, tiene que ser exhibido, y así utilizado. Su exhibición es la manera en que se realiza la siembra del miedo en los corazones y las mentes. Es nuestra responsabilidad individual y comunal mantenernos sensiblemente íntegros ante el dolor que trae lo que vemos, y no permitir que esta denuncia se convierta a través de su repetición en un nuevo parámetro de naturalización de la violencia. Que no se nos arraiguen más creencias sobre la necesidad de la crueldad para defendernos de enemigos. O la mentira de que esto fue un hecho aislado. No. Esto mismo, y creo que aún nos falta por ver los peores documentos de Irak, está ocurriendo en las orillas del sistema social actual. En Afganistán, con los escándalos de prostitución y abuso; en África; en América Latina; en Palestina; en Asia, etc. No queremos consumir la mentira, perpetuando los velos en nuestra conciencia, de que esto es un hecho aislado. Eso nos alejaría del crecimiento al que estamos siendo guiados como humanidad. Y sólo contribuiríamos pasivamente a la naturalización de más y más altos umbrales para lo que se considerará violento en futuras generaciones. Desenmascarar y desenterrar los mecanismos de las relaciones de poder, en la medida en que podemos, en nosotros mismos y en los que nos rodean, es sanar y sanarnos. Como si alumbrando con la conciencia el terreno sagrado de nuestro corazón sacáramos de él las minas con que nos hace volar el mundo convencional. Los espectadores de estos documentos del horror, también somos violentados, estamos incluidos por la vía del testimonio. También estamos previstos como víctimas. El poder, mantiene una parte de su ejercicio oculto, pero no puede evitar la pulsión de darlo a la luz pública, de ser fiel a su lógica, y que la acción sea conocida. En un primer momento, cuando las fotos fueron publicadas, el presidente de Estados Unidos no habló con dureza de ellas. Fue hasta que el azoro entre el pueblo norteamericano y el juicio internacional comenzaron a sonar que se fue construyendo un discurso reprobatorio oficial. El ejercicio más rudo y áspero del poder dominante de una época aparece en las zonas limítrofes, las de confinamiento principalmente. Allí, en el límite más distante del centro, se da abiertamente la exhibición de las dimensiones infernales y subterráneas del poder. Vemos que ese ejercicio no es ni casual, ni excepcional, como se pretende que creamos. Es parte constitutiva del poder. Su destinatario no es sólo el preso de guerra, el secuestrado en un campo, el bombardeado, o el decretado enemigo. En las sociedades actuales —las ubicadas como centro del poder de esta época, las más próximas a él, o las marginales— esto se ejerce también en las cárceles, en los psiquiátricos, sobre los grupos estigmatizados, y sobre los grupos construidos como “débiles” a partir de la lógica del poder (como es el caso de las mujeres, los niños, los ancianos o cualquier otro grupo humano que se lo defina como subordinado). La “víctima” a que aspira tocar el poder es nada menos que el cuerpo completo de la sociedad humana. Vemos que desde la oscuridad, desde los límites, el ejercicio extremo de la violencia se filtra hacia la sociedad de forma no oficial, y esto también cumple su cometido de reproducción, pero a pesar de lo omnipotente que se sueñe, el poder se enfrentará en algún punto con la conciencia que busca la luz. De una manera por demás torcida, sigue el impulso propio que lo compele y lo obliga a registrar, fotografiar, describir, filmar, apuntar en listas, y otorgar números a sus víctimas. También lo hicieron los nazis y también se registraron en tiempos antiguos, a través del cuento de la historia y de los cantos juglares, los detalles de los destrozos que causaron las tropas y las indignas excusas para la violencia y la enajenación. Es parte de la dinámica de las relaciones de poder la instauración de asimetrías, la reproducción del miedo, del terror, de la culpa y de la vergüenza. Se nos advierte, se nos expone a la violencia padecida por los que “se portan mal”, por los “diferentes”, por los “insumisos”, por los “salvajes depravados” que merecen malos tratos. La idea de este merecimiento, de una culpa que hacer expiar, de la venganza necesaria como retribución, hace que para los militares las imágenes que ellos mismos estaban confeccionando sobre esos cuerpos de sus víctimas no les parecieran ofensivas. Ninguno de ellos parece sentirse ni siquiera un poco enfermo por un instante de conciencia. Tal es el convencimiento y la alucinación de que están ante bestias, o seres subhumanos que hay que dominar y doblegar. Es obvia la búsqueda de humillaciones hasta en los más mínimos detalles. Se pretende robar el cuerpo y la mente. Se impide el sueño, se generan amenazas y sobresaltos constantes. Se quiere robar incluso el sentido de lo sagrado que honra el cuerpo y la mente, terreno que no puede violar ni el castigo ni la muerte más cruel. Vemos con pasmo, cuando documentos de este tipo aparecen ante los ojos de la conciencia colectiva, rasgarse los telones de humo que pone el poder. Y quedamos cara a cara con el rostro aterrador de un mundo convencional demasiado lleno del empequeñecedor poder egocéntrico y muy escaso del sentido sagrado de la vida y la trascendencia. Pero lo que aparenta levantarse frente a nuestros ojos como una cortina que impide la visión, está en realidad en el camino entre nuestras mentes y nuestros corazones. Las respuestas a esta violencia que no contemplen el inviolablemente sagrado sentido de cada vida, la compasión más abrazadora, y una enorme valentía para expresarlo, dramáticamente creará actos y pensamientos que sigan reproduciendo la violencia y el terror del poder. El terrorismo como respuesta, que se sirve igualmente de la crueldad, la humillación y el ejercicio punitivo, no representa un escape, por el contrario, reproduce las manifestaciones de violencia extremas aplicadas por el terrorismo de Estado y da cuenta de su propio y desesperado sometimiento. No se rompe la relación, no se deja sin efecto el juego del poder, no quedamos fuera de sus dinámicas perversas. No proponemos otra forma de relación fundamentada en la circulación de compasión, de amor, de libertad. Sino que nos enganchamos a ella, nos hacemos cómplices del poder o contendientes para poseerlo. Pero estas respuestas mantienen el juego en acción. Cuanto más terrorismo, más discursos de justificación del uso de la violencia y más profunda injusticia social. Así, a nivel individual, cuando aceptamos los prejuicios del mundo convencional, nos sumimos en las relaciones de poder, quedamos ligados a su juego, colocándonos ante una falsamente irrenunciable opción entre pares de opuestos, entre lugares predeterminados y asimétricos en la dinámica del poder: víctima-victimario, débil-duro, censor-censurado, etc. El discernimiento nos capacita para amar, para conocer. Llegamos a su cima por guía divina. ¿Cómo podríamos discernir los sentidos de lo que no es evidente sin esa guía? Todo en la creación es a la vez una forma y un contenedor. Vehículo y expresión, cúmulo de luces. Para explorar la vida necesitamos ejercer discernimiento. Conocer, es decir, amar. ¿Qué en nosotros es mundo —transitorio—, qué eternidad y qué esencia? ¿Qué valores o creencias nuestros vienen de la cristalización de distorsiones y qué es Verdad Clara? ¿Qué cómoda actitud intelectual favorece la aparición de prejuicios? El mundo convencional presenta a cada generación un cuerpo específico de deseos e interpretaciones que pretenden normar la experiencia humana. Este cuerpo está relleno por los juicios y prejuicios —que funcionan como los “saberes-seguridades” de cada época— y por los “valores” y las “aspiraciones” relacionados con ellos. Limitado y acumulativo, contiene también interpretaciones de distintos puntos de la historia, así, pueden coexistir saberes o normas del todo opuestas entre sí, que se podría pensar que se invalidarían, pero que sin embargo, son naturales en este cuerpo. Si bien es cierto que a un nivel, las pulsiones de este mundo convencional operan como una fuerza de gravedad y que discernir es necesario para desmantelar el mundo convencional dentro de cada uno de nosotros, lo es aún más que no hay fuerza que pueda prevalecer sobre el poder de la Fuente del Amor que nos trae a la existencia y, como dijo Lex Hixon, nos ha llevado a salvo como humanidad a través del tiempo hacia todo futuro. Es nuestra responsabilidad desasociar nuestras vidas de toda complicidad con el poder que reclama para sí el dominio de los cuerpos, las mentes, los corazones y los destinos de cada ser humano. Trabajar para devolver el sentido de lo sagrado a nuestro tiempo, por la clarificación en la interpretación y la lectura de nuestras vidas, por la paz, por la sanación de los corazones rotos. ¿No es amar nuestra más profunda responsabilidad como seres humanos? mayo del 2004